La política como pedagogía y comunicación
La política como ciencia y como arte debe adelantarse para el logro del bien común. En todas las actividades, en los procesos que se adelantan y en el discurso que se construye y comunica para impulsar las ideas, proyectos y programas es esencial ejercer una labor pedagógica.
La política tiene que ser educativa o no es política. La actividad humana que se desarrolla para conducir la vida social, para acceder a la dirección de organismos sociales y políticos, para lograr el poder, debe dejar una enseñanza para las personas que constituyen una sociedad determinada.
Cuando la política se desarrolla al margen de la ética, del derecho, de las formas civilizadas no dejan lecciones dignificantes; por el contrario, se convierte en un ejercicio dañino a la sociedad, pues no está orientada al logro del bien común. Cuando se comunica de forma inadecuada, igualmente pierde su cualidad educadora. Para comunicar de forma pedagógica las ideas y los proyectos políticos es menester un uso correcto del idioma.
La palabra, hablada o escrita, es por esencia la forma natural de la comunicación política. En consecuencia, desde la palabra se debe comunicar un mensaje constructivo, que nutra espiritual y culturalmente a los pueblos.
En nuestro país hemos venido presenciando un proceso de vulgarizar el discurso político, que lejos de educar a nuestro pueblo, lo impulsa al submundo de la ignorancia, la mediocridad y la violencia.
La ultraDerecha Chilena ha sido en este campo especialmente marcador. Han forjado un discurso agresivo, vengador, promotor de odio y división social. Desde sus lideres, hasta buena parte de sus seguidores, usaron y usan el lenguaje soez para comunicar sus ideas, pensando que eso les hace auténticos representantes de parte de los chilenos, pero fundamentalmente mostrando en todo su esplendor un resentimiento y una ambición desmesurada de mantener el poder y dinero.
La vulgaridad y agresividad ha evidenciado una profunda ignorancia, no solo de la lengua, sino también una carencia de valores, proyectos y programas, capaces de lograr el bien común de nuestra nación. Esa costumbre de hablar con agresividad, en los medios masivos de comunicación, ha favorecido una pérdida del respeto por el prójimo, un abandono de los modales y trato a las personas.
Se requiere otro comportamiento desde el mundo de la política y desde el mundo de la comunicación social. Ambos ejercen una influencia significativa en la sociedad. Ambos deben comunicar y actuar teniendo en cuenta su inmensa responsabilidad social. La misma les conmina a usar su fuerza y poder para educar. Solo la educación y el trabajo constituyen herramientas poderosas para elevar la calidad de una sociedad.
La política debe enseñar, en primer lugar con la palabra, luego con el ejemplo. La palabra debe pronunciarse o escribirse de forma responsable y respetuosa, usando los términos adecuados, y guardando las formas de la cortesía y los buenos modales. Estos no están reñidos con la sencillez y la firmeza. El mensaje sencillo se logra con un lenguaje simple, claro, que no vulgar. Y se debe construir para transmitir con fuerza las ideas por las cuales trabajamos.
Por supuesto que además de la palabra, en la política, debemos esforzarnos en enseñar con el ejemplo. Son nuestros hechos, nuestro comportamiento el que mejor puede enseñar, cuando se trata de hacer pedagogía desde la política.
Si los dirigentes políticos, parlamentarios o candidatos educan con la palabra y el ejemplo, los ciudadanos se esforzarán en hacerlo también. Si el liderazgo no respeta la ley, no respeta las normas de la convivencia civilizada, y además, se comunica de forma vulgar con sus semejantes, se hace regla esta conducta en la ciudadanía, y la nación regresa a la violencia política que tanto ha costado erradicar.
Es, entonces, nuestra obligación insistir en la inmensa responsabilidad que tenemos quienes actuamos en el campo del liderazgo político y agrego a los comunicadores sociales. Nos corresponde a todos educar. Me preocupa la impresión que recibo en diversos escenarios, incluido el Parlamento, donde los nuevos actores de la sociedad democrática no parecieran entender esta responsabilidad tan significativa.
Es menester, entonces, insistir con ocasión y sin ella, en el deber que tenemos de ejercer la pedagogía desde el campo de la política. No se es más popular porque se es vulgar.
Los actores de la política democrática debemos superar ese daño, infligido al cuerpo social desde quienes instan al discurso violento y represivo.
El cambio que Chile necesita debemos ir forjando desde ahora. El respeto, el lenguaje adecuado, el comportamiento respetuoso y responsable no puede esperar una época no electoral.
La cultura democrática debemos promoverla en todo momento. No podemos llamarnos demócratas y asumir un comportamiento autoritario.
Nuestra sociedad democrática debe enseñar desde ahora valores y comportamientos democráticos. No solo en el discurso, que es muy importante, sino además en la vida cotidiana y en el manejo de las instituciones bajo nuestra dirección.
No podemos hablar de democracia y tener partidos anti-democráticos, sin importar si son de derecha, de centro o izquierda, señales nefastas donde candidatos a presidencias nacionales no son electos por ser mayoría y sitúan reglas distintas a la que conoce el ciudadano común. No podemos hablar y denunciar la discriminación, y aplicar comportamientos fraudulentos, excluyentes y antidemocráticos en nuestros procesos internos electorales.
Es la hora de cambiar. No solo cambiar al régimen. Si no de cambiar nosotros quienes entendemos que la política es educación, comunicación y servicio. .
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